domingo, 15 de junio de 2008

El comienzo de un relato

El fragor de la batalla retumbaba en su cabeza mientras su caballo se alejaba de aquel escenario de sangre y muerte.

En tan sólo unas horas había perdido todo, sus seres más queridos yacían en la tierra y él sabia que acabarían siendo victimas de saqueadores sin escrúpulos y de animales carroñeros que sólo dejarían sus huesos. No habría un entierro digno para ninguno de su compañeros, ni para su mujer, ni para sus hijos.


Había perdido su reino, su trono, el calor de un hogar al final de un largo día. Jamás volvería a ver la sonrisa de su hija después de contarle un cuento. El recuerdo de su hija le arrancó una lágrima de sus ojos. Él, que nunca se había permitido llorar, que nunca había mostrado un ápice de fragilidad estaba llorando por el recuerdo de una niña de cuatro años que jamás se convertiría en mujer.


Llevaba horas cabalgando y decidió parar a descansar para que su maltrecho caballo pudiera reponerse. Desmontó unos kilómetros más alante, recordaba que allí había un pequeño claro en el que su caballo podría beber agua y comer algo.


La armadura le pesaba sobre su cuerpo, tenia que deshacerse de ella, era la armadura de un rey, y le podrían reconocer tan sólo por eso. Se desprendió de ella con cuidado y la escondió entre unas rocas. No era un buen escondite y era consciente de ello, pero dudaba mucho que pudiera volver a por ella, aquellas ya no eran sus tierras.


No se podía perdonar haber huido de aquella manera, él era la única esperanza para su pueblo, y no podía morir en la batalla, pero ahora no quedaba nada, sus campos estaban arrasados, las mujeres habían sido violadas y asesinadas y los niños no había corrido mejor suerte. Los hombres habían muerto en la batalla, luchando por sus ideales, ¿y él? él tan sólo había huido cuando nada se podía hacer, había abandonando a aquellos que creían en él. Jamás se lo perdonaría.


Se fijó en sus manos, estaban cubiertas de sangre, de la sangre de sus enemigos, de la sangre de sus compañeros y de la suya propia. Lavó sus heridas y la sangre que cubria su cuerpo. Tan sólo quedaba una pregunta ¿qué iba a pasar ahora?


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A cientos de kilómetros de allí en pleno campo de batalla una niña caminaba entre los cadáveres. Tan sólo tenia cuatro años, su pelo negro y corto destacaba con el blanco de su piel. Los soldados la descubrieron mientras hacian la ronda para rematar a todos aquellos que aún seguian vivos.

Decidieron no atravesarla con la espada y la llevaron hasta su señor, él decidiria. Cualquiera que se atreviera a pisar el campo de una batalla mientras que los soldados aún rondaban por allí era digno de mantener su vida.
La niña no abrió la boca en ningún momento. Los soldados la subieron a caballo, pero ella sólo se concentró en mirar a los cuerpos tirados unos sobre otros, tan sólo queria encontrar a su padre, tenia que estar necesariamente en alguno de aquellos montones de cuerpos.
Su padre no habia vuelto a casa y los soldados habían entrado allí arrasando con todo, ella hizo lo que le había prometido a su padre, se escondió, pero su madre y sus hermanos no lo habian hecho. Desde su escondite vio como violaban y asesinaban a su madre, y como habian atravesado con una espada a sus hermanos. La imagen no se borraba de su retina, pero habia prometido a su padre no llorar.
Los soldados la empujaron y quedó frente a otro mucho más grande. Su armadura brillaba más que el resto y su porte le hacia superior. Su barba y su pelo estaban arreglados, no como en los demás hombres, y eso impresionó a la niña ¿quien seria aquel hombre?
- Señor, hemos encontrado a esta niña rebuscando entre los cadáveres.
El caballero la miró sorprendido, era una niña muy pequeña como para no estar asustada. Sus ojos negros no mostraban miedo, ni respeto.
- Pequeña, ¿Cómo te llamas?
- Naia, señor.
- ¿Y que hacias allí Naia?
Recordó las palabras de su padre, no debia decir que ella era su hija, a partir de ahora ella era la hija de un simple campesino. Había salido a buscarle, pero no le encontraba allí.
- Buscaba a mi padre señor. Me prometió estar en casa a la hora de la comida, nosotros sólos no podemos labrar los campos.
El caballero emitió una sonora carcajada. Labrar los campos, pensó que era una niña muy pequeña como para ser consciente de que todo habia quedado arrasado, esos campos no producirian nada en mucho tiempo. Decidio que la niña se iria con ellos. Era una niña sana, y valiente, cualquier otro niño se hubiera echado a llorar nada más pisar el campo, pero ella seguia allí, entera, como si nada de aquello fuera con ella. La criaria como si fuera hija suya, quien sabe si en algún momento le seria útil para forjar alguna alianza con una boda de conveniencia.
- Soldados, preparen la vuelta a casa. Partimos en 2 horas. La niña se viene con nosotros.
Naia se quedó sorprendida por las palabras de aquel hombre. Sabia que no tenia a donde ir, pero no queria irse sin saber donde se encontraba su padre. Miró al caballero, ni siquiera sabia quien era, tenia que ser alguien poderoso, los soldados se dirigian a él con respeto, sus ojos oscuros la asustaban, pero no queria mostrar miedo.
El caballero miró a la niña, ¿quien sería su padre? Ahora daba igual, se la llevarian, tenia planes para ella, queria que su reino siguiera creciendo, y ella sería útil.
No sabia que ella era la princesa, La Princesa sin Trono

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